9 ago 2013

UN ESCLAVO EN MIERES

El escándalo provocado por una compañía de varietés con algo más que números de magia y prestidigitación.

Alzado del pabellón novedades, según planos conservados en el Archivo Municipal de Mieres.
          Un halo romántico suele rodear a los cómicos de la legua. Cuanto más antiguo más romántico. Si pensamos en una compañía de gira por Asturias en el lejano año de 1913, se supone que el romanticismo va de serie. Y no siempre fue así. No todo era tan cómico entre estos cómicos. A veces tenían más de leguas que de lo otro.
Pronto lo supieron en Mieres. La noche del 15 de enero. Invierno. La calle y el tiempo hacían buscar cuartel. Por ejemplo en un llagar de aquellos de “a perrona la meada”. Allí se contaban los sucesos del día. Muchas novedades no pasaban entonces por el camino de Mieres. Así que, entre aldeas y montañas, acaparaba los comentarios una compañía de varietés que, capitaneada por un transformista de cierto renombre, tenía la intención de actuar los días próximos en el Salón Novedades (también llamado Cine Mierense).
Era el Novedades un pabellón céntrico y flamante, con más posibilidades escénicas que el Café Oviedo o el Café París, aunque finalmente de escasas pretensiones. De esos locales situados en la frontera del cine. Justo en el momento en que abandonaba la feria y no había alcanzado aún la respetabilidad. No echaba raíces del todo. Por eso el local fue, hasta en su concesión municipal, efímero. Poco más que una barraca, con el indispensable escenario para los números de varietés y una distribución entre general y preferencia idéntica a los entoldados de las ferias. Allí estaba, desde el  15 de junio de 1912, en la calle Guillermo Schulz número 8, lindando con el patio de la Escuela de Capataces.
Un teatrito de cuarta. Muy apropiado para aquella compañía de varietés, con tan sólo cuatro miembros. Uno de ellos, por cierto, de raza negra, cosa que no pasó inadvertida. Provocó gran expectación que pronto se tradujo en novedades. Como llevadas por viento de castañes, las noticias corrieron desde la fonda donde se hospedaba la troupe hasta el chigre donde se procesaba la información. Decían que el chaval, pues tan sólo era un adolescente, no dormía con el resto de los artistas, sino que éstos, ejerciendo de amos, lo encerraban bajo llave en una cuadra próxima a la fonda, donde le servían las sobras de la comida en un duernu. Cama para ellos, pesebre para él.
Hace justamente un siglo. En el Mieres de entonces todo se sabía. La indignación de los parroquianos del llagar iba en aumento a medida que se consumían las perronas. Eran, aproximadamente, una docena de parroquianos y decidieron confirmar tan llamativas averiguaciones.
Al salir a la calle sumaban ya varias docenas. Daban las nueve de la noche cuando la cuadrilla de justicieros se juntó, a la puerta de la cuadra, con el propietario del cine, Enrique Suárez. Todos decían tener el mismo propósito: liberar a quien las autoridades calificaron de “núbil morito”. Pero sólo el señor Suárez tenía la llave. Lo que, para el pelotón a punto de derribar la puerta, sirvió de prueba acusatoria.
De poco sirvieron las explicaciones del dueño del cine. De nada decir que la llave pertenecía al jefe de la compañía. Que se la había pedido para liberar al chico y lleváserlo a pasar la noche a su casa si hiciera falta. El grupo no atendió a aquellas razones. Rodeó al dueño del Novedades. Del clamor de justicia, pronto se pasó al recuerdo a las madres y, en nada, a las manos.
Entre denuestos y mamporros se liberó al cautivo y fue llevado a presencia de la Autoridad en la Inspección Municipal y más tarde del alcalde en funciones. Allí el chico denunció lo evidente: era víctima de malos tratos. El resto de la compañía se defendió contando la historia de aquel infeliz al que, textualmente, “habían cazado en un bosque de Casa Blanca y, compadecidos de él lo habían prohijado para educarlo”. Que lo del maltrato era pura apariencia, un castigo ocasional “por haber faltado a la señora”. Para mayor abundamiento en su defensa, el jefe de la compañía afirmaba que el chico estaba allí por voluntad propia y por su obstinación, pues lo había despedido varias veces. “Lo deja a quien quiera quedárselo”.
Escuela de Capataces de Minas de Mieres (actualmente Casa de Cultura Teodoro Cuesta) en años próximos a los hechos narrados. Su patio lindaba con el Salón Novedades.
Como se ve, aún en su defensa, aquel desalmado transformista mostraba la verdadera cara de las cosas. Un ahorro de buen trato que iba más allá de la peseta por noche de la fonda. Un escándalo, que circuló por todo Mieres.
Entonces y en aquellos ambientes, no era cosa tan extraña. La presencia de niños en las compañías de varietés era una parte esencial del espectáculo. Los números infantiles, un género dentro del género. Y los abusos, permitidos, siempre que nos se estropease “el género”.
La situación llegó al punto de que el 16 de marzo de 1909, se dictaba un Real Decreto "para evitar la explotación de los artistas en los cafés cantantes". No por ello cesaron los abusos laborales a menores. Poco se podía hacer. Era parte del show y la única escuela que conocieron figuras de talla mundial como Charles Chaplin o Buster Keaton.
Y si de escuelas hablamos, los “amos” de aquel esclavo que pasó por Mieres, defendían su labor como parte de la instrucción del rapaz. Parecía sólida la explicación que dieron a las autoridades locales pues, dijeron, sólo habían transcurrido cinco años desde la “adopción” y el morito “contaba ya hasta diez”.