La primera salida filmada de la Familia Real, sitúa a un asturiano entre los pioneros del cine español.
Fotogramas con la comitiva Real al paso por la calle de Capua en Gijón (Filmoteca de Cataluña). |
A principios del siglo XXI unas manos enguantadas abrieron
una lata de viejo celuloide y de allí salió esta historia. Las manos y la lata
estaban en la Filmoteca
de Cataluña. Suele suceder en estos asuntos
sobre la investigación del primer cinematógrafo que el azar provoca
descubrimientos insospechados. Hace muy poco sucedió con la primera película de
Orson Welles. Este que les cuento fue el punto de partida para un viaje
detectivesco. Súbanse al tren.
Salimos de
Barcelona. Allí se estaba realizando el
catálogo de los fondos de nitratos de las primeras imágenes del cine español. Aquella lata custodiaba
viejas películas en celuloide inflamable del siglo XIX. Necesitaban de una
restauración inmediata. Pero antes había que identificarlos y no era sencillo.
Así se llega a la primera estación: Zaragoza.
A esa ciudad
pertenecían las imágenes de la que, durante mucho tiempo, se consideró primera
película de cine rodada en España:
Salida
de misa en la iglesia del Pilar de Zaragoza,
impresionada por Eduardo Jimeno el 5 de noviembre de 1899.
Junto a esa famosa película apareció otra, perdida durante
años: Construcción de un puente sobre el
río Ebro por un regimiento de pontoneros. Estaban rodadas por la misma mano
con una semana de diferencia. Pista importante. Pero he aquí como el viaje
acaba llegando a Asturias, cuando los investigadores de la filmoteca catalana
comprueban que esa copia de los pontoneros fue revelada por el gijonés Arturo
Truan y que en ella había quedado la huella dos cámaras; la de Eduardo Jimeno
y, muy probablemente, la del propio Arturo Truan.
El viaje cambió de estación. Los ojos de los historiadores
del cine se volvieron a Asturias. Un pionero asturiano, poco estudiado fuera de
esta región, se relacionaba con los célebres Jimeno y colaboraba con ellos en
la primera hora del cine en España. La búsqueda amplió su radio de acción a
otras películas.
Como cerezas de un cesto, tras la película de los
pontoneros salieron otras cuya impresión había dejado una huella técnica
similar en el celuloide. La cosa se iba pareciendo a un episodio de esas series
con polis de diseño. Había que identificar las cámaras por los pequeños rastros
dejados en las películas: arañazos, perforaciones, muescas… Y, después de las
cámaras, llegar a sus propietarios. Pero las películas eran más difíciles aún
de identificar. ¿Dónde se habían rodado aquellos paisajes? ¿Tendrían hoy el aspecto
de hace un siglo? Una playa, vistas urbanas de imposible rastreo y lo que
parecía una parada militar, catalogada hasta entonces como Desfile de soldados y carros.
Durante mucho tiempo cada fotograma se había explorado como
si fuera la imagen de un microscopio. Se buscaban pistas, lugares; cualquier
detalle que hubiese permanecido en pie más de un siglo para identificar
aquellas imágenes rescatadas. Todo en vano. Pero los nuevos datos abrieron otra
puerta: podían ser cintas rodadas en Asturias.
Entonces los fotogramas de aquellas películas se sumaron al
viaje y llegaron a manos de quien esto escribe. Había que dar domicilio a
aquellos recuerdos. Con la pista de Truan fue muy fácil avecindar las primeras
imágenes: una playa, la de San Lorenzo, y las vistas urbanas de la también
gijonesa calle Corrida. Pero, ¿qué diablos significaba aquel desfile? ¿Era en
Gijón también?
Como los detectives de las películas empecé a patear las
calles fotograma en mano para encontrar el lugar de los hechos. A buscar en
cada esquina, en cada cornisa, en el alfeizar de cada ventana algo que cuadrase
con la foto añeja y, por milagro, apareció en una de las pocas calles gijonesas
que no fue pasto del desarrollismo de los años sesenta. Era la calle Capua.
Seguro, era Capua.
El desfile fue la clave. Los pendones tenían símbolos Reales
y los lanceros que daban escolta a las carrozas no eran otros que los coraceros
del Escuadrón de Escolta Real. He aquí la pista que acabó por desvelar el misterio.
Se trataba de una visita Real a Gijón, que, por las fechas de las películas,
sólo podía ser la del jovencísimo Alfonso XIII el 19 de agosto de 1900. Mañana
hará 113 años.
Aquel día, tras la recepción en las consistoriales, la
comitiva emprendió camino hasta El Coto de San Nicolás, donde el monarca
procedió a realizar el acto simbólico de la colocación, con paleta de plata, de
la primera piedra del cuartel que llevaría su nombre y que todavía subsiste hoy
como centro municipal integrado.
Los fotogramas recuperados corresponden a la segunda parte
del recorrido de la comitiva, por las calles San Lorenzo, Pidal, Capua y Uría. A
partir de ahí todo encajaba: el recorrido, los lanceros, los coches ocupados
por autoridades y familia Real, los gallardetes y colgaduras…
A principios del siglo XXI unas manos enguantadas abrieron
una lata de viejo celuloide y de allí salió esta historia. Las manos y la lata
estaban en la Filmoteca
de Cataluña. Suele suceder en estos asuntos
sobre la investigación del primer cinematógrafo que el azar provoca
descubrimientos insospechados. Hace muy poco sucedió con la primera película de
Orson Welles. Este que les cuento fue el punto de partida para un viaje
detectivesco. Súbanse al tren.
Salimos de
Barcelona. Allí se estaba realizando el
catálogo de los fondos de nitratos de las primeras imágenes del cine español. Aquella lata custodiaba
viejas películas en celuloide inflamable del siglo XIX. Necesitaban de una
restauración inmediata. Pero antes había que identificarlos y no era sencillo.
Así se llega a la primera estación: Zaragoza.
A esa ciudad
pertenecían las imágenes de la que, durante mucho tiempo, se consideró primera
película de cine rodada en España:
Salida
de misa en la iglesia del Pilar de Zaragoza,
impresionada por Eduardo Jimeno el 5 de noviembre de 1899.
Junto a esa famosa película apareció otra, perdida durante
años: Construcción de un puente sobre el
río Ebro por un regimiento de pontoneros. Estaban rodadas por la misma mano
con una semana de diferencia. Pista importante. Pero he aquí como el viaje
acaba llegando a Asturias, cuando los investigadores de la filmoteca catalana
comprueban que esa copia de los pontoneros fue revelada por el gijonés Arturo
Truan y que en ella había quedado la huella dos cámaras; la de Eduardo Jimeno
y, muy probablemente, la del propio Arturo Truan.
El viaje cambió de estación. Los ojos de los historiadores
del cine se volvieron a Asturias. Un pionero asturiano, poco estudiado fuera de
esta región, se relacionaba con los célebres Jimeno y colaboraba con ellos en
la primera hora del cine en España. La búsqueda amplió su radio de acción a
otras películas.
Como cerezas de un cesto, tras la película de los
pontoneros salieron otras cuya impresión había dejado una huella técnica
similar en el celuloide. La cosa se iba pareciendo a un episodio de esas series
con polis de diseño. Había que identificar las cámaras por los pequeños rastros
dejados en las películas: arañazos, perforaciones, muescas… Y, después de las
cámaras, llegar a sus propietarios. Pero las películas eran más difíciles aún
de identificar. ¿Dónde se habían rodado aquellos paisajes? ¿Tendrían hoy el aspecto
de hace un siglo? Una playa, vistas urbanas de imposible rastreo y lo que
parecía una parada militar, catalogada hasta entonces como Desfile de soldados y carros.
Durante mucho tiempo cada fotograma se había explorado como
si fuera la imagen de un microscopio. Se buscaban pistas, lugares; cualquier
detalle que hubiese permanecido en pie más de un siglo para identificar
aquellas imágenes rescatadas. Todo en vano. Pero los nuevos datos abrieron otra
puerta: podían ser cintas rodadas en Asturias.
Entonces los fotogramas de aquellas películas se sumaron al
viaje y llegaron a manos de quien esto escribe. Había que dar domicilio a
aquellos recuerdos. Con la pista de Truan fue muy fácil avecindar las primeras
imágenes: una playa, la de San Lorenzo, y las vistas urbanas de la también
gijonesa calle Corrida. Pero, ¿qué diablos significaba aquel desfile? ¿Era en
Gijón también?
Como los detectives de las películas empecé a patear las
calles fotograma en mano para encontrar el lugar de los hechos. A buscar en
cada esquina, en cada cornisa, en el alfeizar de cada ventana algo que cuadrase
con la foto añeja y, por milagro, apareció en una de las pocas calles gijonesas
que no fue pasto del desarrollismo de los años sesenta. Era la calle Capua.
Seguro, era Capua.
El desfile fue la clave. Los pendones tenían símbolos Reales
y los lanceros que daban escolta a las carrozas no eran otros que los coraceros
del Escuadrón de Escolta Real. He aquí la pista que acabó por desvelar el misterio.
Se trataba de una visita Real a Gijón, que, por las fechas de las películas,
sólo podía ser la del jovencísimo Alfonso XIII el 19 de agosto de 1900. Mañana
hará 113 años.
Aquel día, tras la recepción en las consistoriales, la
comitiva emprendió camino hasta El Coto de San Nicolás, donde el monarca
procedió a realizar el acto simbólico de la colocación, con paleta de plata, de
la primera piedra del cuartel que llevaría su nombre y que todavía subsiste hoy
como centro municipal integrado.
Los fotogramas recuperados corresponden a la segunda parte
del recorrido de la comitiva, por las calles San Lorenzo, Pidal, Capua y Uría. A
partir de ahí todo encajaba: el recorrido, los lanceros, los coches ocupados
por autoridades y familia Real, los gallardetes y colgaduras…
Arturo Truan en autorretrato cerca de 1909 (Museo Casa Natal de Jovellanos). |
Se identificaba así una película singular para la historia
del cine español, la primera salida de unos reyes hasta hoy conservada, y
también para la historia del cine en Asturias, al pasar Arturo Truan Vaamonde (1868-1937) a ser considerado como uno de los pioneros del cine en
España.
Los hallazgos tienen estas cosas. Decía el insigne arqueólogo Breuil que la cuna de la Humanidad es una cuna con ruedas. La del cine también. Y, por mucho que pueda sorprender, no ha dejado de moverse.
Hoy ha pasado por Asturias.
Los hallazgos tienen estas cosas. Decía el insigne arqueólogo Breuil que la cuna de la Humanidad es una cuna con ruedas. La del cine también. Y, por mucho que pueda sorprender, no ha dejado de moverse.
Hoy ha pasado por Asturias.